jueves, 9 de abril de 2015

Mitos sobre la Inteligencia Emocional (2)

¡Hola a todos!
Continuando con el anterior post, voy a hablaros sobre algunos mitos más que existen sobre la Inteligencia Emocional a la vez que ahondamos un poco más sobre como gestionar eficazmente nuestras emociones ¡Vamos a ello!

Enfadarse está mal

Está claro que en la sociedad moderna el enfado es un tabú, una emoción con muy mala prensa, típica de energúmenos y maleducados. Y es que los días de la Edad de Piedra quedaron atrás hace mucho, ¿verdad? Sentir enfado no es propio de personas civilizadas… o al menos eso es lo que nos han grabado en el cerebro a martillo y cincel. Por eso choca tanto cuando descubres que todas estas concepciones sobre el enfado son una gran mentira.

 ¡¡¿¿CÓMOOOOOOORRRLLL??!!

La ira, el enfado, la furia, el cabreo, o como queramos llamarlo, es una emoción intensa, fea y muy desagradable de experimentar. Hasta ahí, todos de acuerdo. Que tu reacción al enfadarte con alguien sea insultar a esa persona (y a todos sus familiares, vivos o no) a voz en grito o practicar la grulla de Karate Kid con su cara es, cuanto menos, reprobable. Muy bien. Pero el enfado está ahí por algo y, como ya he comentado anteriormente en este blog, todas las emociones sirven a una función. Independientemente de lo agradable o desagradable que sea experimentarlas.

 Repito: se desaconseja gestionar el enfado mediante patadas al prójimo.

La razón por la que el enfado resulta tan áspero es meramente evolutiva; necesita serlo para incitarnos a actuar, ya que si fuese llevadero nunca haríamos nada al respecto. Simplemente no sería necesario. Es por ello que cuando percibimos un trato injusto o alguien traspasa ciertos límites con nosotros, el enfado que esto produce nos incita a actuar. Ante esto, la agresión no parece ser la mejor respuesta, ya que las consecuencias que podría traer harían que el remedio fuese peor que la enfermedad; tampoco parece que suprimir el enfado sea una opción, ya que como ya vimos en el anterior post sobre mitos, reprimir o contener una emoción, además de resultar cognitiva y emocionalmente agotador, es inútil, puesto que dicha emoción no se va a ir si luchamos contra ella.

¿Qué podemos hacer entonces? Comunicarnos. Hacer saber a la otra persona, desde el respeto, que las acciones concretas que realiza y que provocan nuestro enfado tienen un impacto negativo sobre nosotros y sobre la relación; de esta manera, la otra persona podrá ser consciente de la situación y será posible entablar un diálogo en el que se busquen soluciones. Eso sí, hay que aclarar que esto puede ser más productivo cuando el enfado es leve o moderado; no intentemos hacer esto si nuestro enfado es muy intenso, ya que la situación se nos puede ir fácilmente de las manos. Es mejor hacer como con las tartas: dejarlas enfriar un poquito antes de comerlas para no escaldarnos.

 Mmmm... tartaaaa

El miedo no sirve para nada y hay que vencerlo

Aún a riesgo de resultar repetitivo y cansino, lo diré otra vez: ninguna emoción es inútil ni ilícita. Todas ellas están ahí por algo, cumplen una función y no hay nada de malo en sentirlas. En el caso del miedo, surge como respuesta a una amenaza (real o no) y nos incita a evitar o huir de dicha amenaza; en otras palabras, es la emoción que nos ha salvado a lo largo de la historia de ser devorados por animales salvajes o de abrir la puerta a los testigos de Jehová.

 ¡No abras! Creo que no se ha dado cuenta de que estás aquí. Ya se irá...

Por supuesto, el exceso de miedo y la evitación de situaciones que no son de por sí peligrosas (hablar en público, salir a la calle, etc.) suponen un lastre en nuestro día a día y nos limitan a la hora de realizar actividades y llevar una vida plena; pero una ausencia total de miedo nos conduciría a actuar de forma inconsciente y sin valorar los riesgos. Hay una fina línea que separa la valentía de la inconsciencia.

 Irte a acampar en plena naturaleza: medianamente valiente.
Hacerlo sin provisiones, ni teléfono, ni material, ni conocer el terreno: inconsciente. De cojones.

Entonces, ¿qué sería lo más apropiado en términos de utilidad? Probablemente sería darnos cuenta de cuando sentimos miedo y aceptarlo; una vez hecho esto, podremos tomar perspectiva, analizar qué ha desencadenado ese miedo (ya sea una situación, un pensamiento o cualquier otra cosa) y decidir si está justificado y en qué grado, para poder tomar decisiones y medidas basándonos en esa valoración.

Tengo que usar la razón cuando siento una emoción muy intensa

Pues suerte con eso; cuando sentimos emociones muy intensas, nuestro nivel de activación fisiológica es tal que razonar se vuelve misión imposible. Nuestros recursos cognitivos están ocupados por dicha emoción y literalmente “no damos para más” en ese momento, menos aún para pensar con perspectiva; si acaso, lo que pensemos en ese momento estará fuertemente mediatizado por esa emoción y, en consecuencia, no será realista y contendrá un alto grado de distorsión de la realidad.

Si recuerdas lo que hemos explicado más arriba sobre el enfado, supondrás que la solución más adecuada en este caso es aceptar y dejar estar contigo esa emoción hasta que baje su intensidad, para después poder decidir qué hacer al respecto sin que tus sentimientos te cieguen. Recuerda: deja enfriar la tarta antes de morderla.

Otra vez con las tartas... eso me pasa por escribir con hambre

Podemos y debemos esforzarnos por controlar siempre nuestras emociones

¿Acaso no has leído todo lo anterior? Aceptar, escuchar y gestionar sí. Controlar NO.


Y hasta aquí la ración de hoy de mitos sobre la Inteligencia Emocional. ¡Próximamente más!
Saludos.

1 comentario: